Diálogos
Transcribo algunos apuntes sobre diálogos. Ciertas normas que intenté fijar para mí con la esperanza de domesticar al animal que significa escribir una historia. Un animal que, cuando uno lo cree acorralado, se vuelve a escapar. No pretendo descubrir la pólvora: los manuales de guión están saturados de este tipo de “reglas”, pero a lo mejor le sirven a alguien que esté en el mismo proceso.
El diálogo no es el “vehículo de expresión de los sentimientos de los personajes”. Los sentimientos de los personajes se tienen que comprender por varios medios: las acciones que realizan y como estas encajan en el contexto de la historia, los elementos visuales de la escena; por nombrar solo algunos. La palabra, entonces, sería un elemento más en esa lista.
Hay que trabajar todo el tiempo con elipsis, y lo que se pueda suprimir, suprimirlo. Al escribir una escena, hay que ser consciente de los elementos visuales y dramáticos que están en juego. Al recortar aquello que se puede recortar y que se entiende por otros medios, estamos integrando de manera orgánica los diálogos al relato visual. Hay que suprimir enunciaciones verbales que ya están comprendidos en la escena.
Un ejemplo casi pueril por lo simple, pero que puede servir para ilustrar la idea:
Dos amigos están tomando cerveza, y la botella quedó del lado de uno de ellos. Uno podría decirle al otro : “¿Me pasas la cerveza?”, y la escena funcionaría. En lugar de eso, es preferible que le diga solamente: “alcanzame”.
Esto es así porque nosotros estamos viendo lo que sucede, y sabemos que están tomando cerveza, y por ende es redundante la mención a la bebida, por más que, en la vida real, sería probable que le dijese “pásame la cerveza”. Pero si solo dice “alcanazame”, de alguna manera el espectador tiene que hacer un mínimo esfuerzo de completud.
En realidad, es un ejemplo discutible, porque, dependiendo de cuál sea el tono de la película, el “pasame la cerveza”, podría agregarle verosimilitud. Quizás sería más “natural” que el personaje hablase de esa manera, pero me sirve como una especie de “mínimo denominador común” del concepto de elipsis.
En cualquier caso, el cine no es un reflejo de la realidad. Es una construcción, una depuración permanente, donde se elige qué elementos incorporar al relato y cuales dejar afuera. En ese sentido, los diálogos no son un traspaso a la página de dos personas hablando “como lo harían en la realidad”. Veamos el siguiente ejemplo.
-Hola
-Hola
-¿Qué tal?
-Bien… ¿Y vos?
-Bien
-Qué bueno. Che, me parece que tengo ganas de ir a dar una vuelta.
-Sí, yo también tengo ganas.
-¿Vamos?
-Vamos.
-Ok.
No estoy diciendo que este diálogo no pueda existir en una película. De hecho, en “Amor Urgente” de la que soy co-guionista hay algunos ejemplos de este estilo, pero el director los utilizó a consciencia, como un intento de reflejar la inocencia y frontalidad de los personajes (al menos eso creo, la próxima vez que lo vea se lo preguntaré). En cualquier caso, un diálogo de este estilo sería justificable si se pretendiese reflejar una cierta sencillez, un cierto tedio que viene a cuento de la historia, y estuviese puesto con esa intención. Pero la estrategia de escribir así con la esperanza de que los personajes “hablen como en la realidad” y darle mayor “verosimilitud” a la historia, me parece equivocada.
Un ejemplo tomado de una película
“It comes at night” ( 2017, Trey Eduard Shults)
Para escapar de una enfermedad mortal que amenaza a la humanidad, una familia se aísla en una cabaña en el bosque. Las cosas se terminan de complicar cuando un extraño toca a su puerta. (Como sabemos, un argumento que nunca ocurriría en la realidad 😨).
En la escena, el padre de familia acaba de descubrir que un intruso se metió en la casa. Rápidamente, agarra la escopeta y va hacia el pasillo. En otro ambiente, su mujer y su hijo esperan, asustados. El hombre descubre al intruso justo en el momento en que está abriendo la puerta. Lo apunta y le obliga tirar el arma. Se acerca y lo desmaya de un culatazo. Vuelve a donde está su familia.
"Entró alguien", informa entonces, y rápidamente le ordena a su hijo: “Vení”
El adolescente lo sigue hacia dónde el tipo yace inconsciente.
Si la escena hubiese estado escrita desde el “naturalismo”, o desde “lo qué sienten los personajes”, el tipo podría haberle dicho a su hijo y a su mujer.
-Entró alguien.
(La mujer) -Ay, qué horror.
-Tranquilos, ya está. Lo desmayé, lo golpeé con la escopeta.
-¿Pero vos estás bien?
-Sí, si. No te preocupes. Por ahora no hay peligro. Igual tenemos que pensar qué vamos a hacer. Ignacio, vení, seguime que vamos a tratar de atarlo para que no se mueva.
Pero no. El tipo lo único que dice es “Entró alguien. Seguime”.
Y es que un diálogo no solo es un intercambio entre los personajes, si no un elemento narrativo dirigido al espectador, y debe tener en cuenta lo que este ya sabe y lo que no sobre historia. Como el que mira ya sabe lo que sucedió (lo desmayó de un golpe), si el hombre hubiese vuelto a informar lo mismo a su familia, hubiese sido redundante. No importa qué hubiese sido lo más lógico en la “realidad”, desde el punto de vista del personaje. Una obra no es la realidad, es un recorte inventado y editado, en función de un efecto dramático. Y el diálogo es un elemento más de ese entramado que viene a completar el sentido.
Por eso, en mi opinión y a riesgo de ganarme enemigos, a veces fallan algunas películas pensadas “desde los actores”, o “desde los personajes”, y muchas veces las películas dirigidas por actores me resultan aburridas. Cuando solo se escriben las escenas desde “qué les pasa a ellos”, no tiene sentido en cine. En una obra audiovisual, para contar “lo que le pasa al personaje”, es necesaria una conjunción permanente de otros elementos. Recortes, pedazos de información que se van dando de diferentes maneras.
Próximamente (y si la vagancia no me gana) “el subtexto”.
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