Knausgård



Mi lucha”, además de ser el delirio nefasto de un psicótico alemán que odiaba a los judios, es una autobiografía escrita por el noruego Karl Ove Knausgård que consta de seis libros. El primero fue publicado en español en el 2015, y el último en el 2019. Cada tomo tiene en promedio unas seiscientas páginas lo que hacen un total cercano a las cuatro mil. Al momento de escribir estas líneas, voy por la mitad del último tomo, oportunamente titulado “Fin”. 

¿Y qué hace que valgan la pena semejante cantidad de horas en compañía de este hombre?, ¿Qué tienen de valioso sus observaciones sobre su familia, sus amigos, sus parejas, la música, la escritura, la paternidad, el paso del tiempo y especialmente aquello que abarca la obra; a saber, la relación con un padre alcohólico; conflicto fundacional en su vida y leit motiv que recorre los seis libros irradiando su influencia hacia el presente el pasado y el futuro de la vida del autor?

No podría dar una respuesta única, porque no creo que la haya. O bien uno se identifica con Karl Ove (cómo me sucedió a mí la mayor parte del tiempo), y disfruta de la obra, o le resulta indiferente. En cualquier caso, hay que reconocerle algo: su honestidad brutal. Si por momentos semejante empresa literaria parece tambalear bajo el peso de un narcisismo desbocado, de alguna manera, la sinceridad y voluntad de ir a fondo sobre sí mismo del autor es tan grande, que logra sortear el escollo. Knausgård no tiene pruritos en presentar sus debilidades ni trata de maquillarlas: a medida que pasan las páginas uno siente que, semejante vacilación hacia el mundo y sus contemporáneos no condice con la idea de quedar bien parado, ni de dar una impresión favorable. Y al advertir una angustia real, es fácil compenetrarse con la lectura. La mayor parte del tiempo encontramos al protagonista avergonzado, intentando encajar en un entorno al que observa con perplejidad y desde una soledad profunda e intransferible y que, sin embargo, logra conectar con el lector.

En lo personal, y como no podía ser de otra manera, disfruté algunos momentos más que otros. Los segmentos en que teoriza sobre literatura o filosofía me resultaron aburridos. Sus vivencias de primera juventud y adolescencia, sus dudas como padre y como escritor no solo me parecieron interesantes, sino aliviadoras. Si alguien con tantas dudas pudo lograrlo, yo también puedo logarlo, sentí en más de una ocasión. “Todo el mundo se muestra seguro y completo ante los demás”, parece decir Karl Ove al tiempo que se ofrece como tesis y sujeto de esta afirmación, “pero por dentro, la realidad es bien distinta”. Encuentro algo de Gombrowicz en esta mirada, en la “lucha por la forma” y contra la “inmadurez” en la que, de alguna manera todos nos sumergimos para vivir en sociedad. De hecho, no me sorprendió que en uno de los tomos mencionara de manera extensa al escritor polaco.    

Por suerte, lejos de toda solemnidad, Knausgård escribe con una prosa ligera y muchas veces, (de hecho, la mayoría) encuentra belleza en lo simple y cotidiano, una cotidianidad que describe de manera minuciosa. Al capturar los pequeños detalles y gestos de la existencia, el pasado cobra vida en la página y se desarrolla en la mente del lector. Tal parece ser su método como escritor. Un método y un modo de  representación sobre los que reflexiona extensamente en varios pasajes de las novelas. Si bien este tipo de “proyectos literarios” están en las antípodas de mis intereses (a duras penas pude terminar el primer tomo de “En búsqueda del tiempo perdido”, obra a la que, no casualmente, se menciona en varios pasajes), en este caso la descripción microscópica, me resultó placentera. La sensación, a medida que avanzaba en los libros, era que conocía al autor tanto o más que lo que puede conocer a un amigo.

El título de la saga “Mi lucha” me parece una de las tantas indulgencias que se permite Knausgård a lo largo de la obra, pero que no empaña su mayor logro: a saber, la posibilidad de conectar con otro ser humano y sus vivencias a través de la literatura.

Post scriptum: terminado el último tomo, veo que Knausgård tuvo la mala idea de justificar el título. Durante unas trescientas páginas se sumerge en una trabajosa reflexión sobre la juventud de Hitler y extrapola la figura del psicópata alemán para hacer una densa reflexión filosófica y existencial en la que, (me parece, no soy especialista en filosofía y muchas de las referencias se me escapan), se empantana sin remedio. La tentación de revaluar la obra entera a la luz de este final indigesto es fuerte, pero prefiero hacer la vista gorda y quedarme con los buenos momentos previos.



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