DUNBAR

 


No sé si Jon Bilbao consiguió todo lo que se proponía con estas novelas, pero  su apabullante capacidad como escritor y la ambición y el esfuerzo por unificar la narrativa de género con la auto ficción y la exploración metaliteraria, por llamarla de alguna manera, producen admiración. 

A mi modo de ver, John Dunbar, el cowboy protagonista de la trilogía compuesta por Basilisco, Araña y Matamonstruos, (Editorial Impedimenta)  funciona en tanto figura mítica y arquetipo del vaquero. Es una especie de contrapunto con el escritor ficcional (bautizado Jon, como el autor real de los libros) que protagoniza buena parte de los relatos. En el primer volumen de la trilogía, la conexión entre las historias de Dunbar y las de Jon se siente orgánica desde lo temático: el vaquero parece ser un espejo de las tribulaciones existenciales y familiares del escritor. La cobardía del episodio del naufragio con las niñas en el mar; el paseo con su hijo por el cementerio en el que se niega a enfrentar a un grupo de jóvenes, su sentimiento de inferioridad frente al ex novio de su mujer, son características de un hombre en crisis como padre y como esposo. La contrapartida es un vaquero ficcional al que nada le mueve un pelo; una especie de Clint Eastwood virado un poco al gore y a la ultra violencia. Un pistolero que puede con cuánto enemigo se le ponga delante.

Pero cuando a partir del segundo libro Dunbar se vuelve más realista, por algún motivo, quizás precisamente porque pierde el lugar de arquetipo y porque se le crean vicisitudes más cercanas a una persona real, me resultó menos convincente. El enamoramiento con Lucrecia; el episodio en el que al protagonista se le revela quién es su verdadero padre, su pequeña hija y su perro, son elementos de la historia que, a pesar de estar construidos con mucho esfuerzo, me dejaron un sabor insustancial.

Otro tanto me ocurrió con la vida de Jon, el escritor, y con algunos capítulos que me parecieron algo desvinculados de la obra como totalidad, especialmente con la aparición de Markel y Virginia en la segunda parte de “Matamonstruos”. Son dos personajes de los que no teníamos noticia y que adquieren una preponderancia que no da la impresión de haber sido del todo construida. Quizás se relacionen con otros libros del autor, (entiendo que Bilbao entrecruza toda su producción), pero tal vez sea mucho pedir que un lector que se asoma a esta trilogía dependa de ese conocimiento previo para disfrutarla. En cualquier caso, en este punto de la lectura, comencé a sentir que, a pesar de todas las metatextualidades, al fin y al cabo lo único irremplazable en la ficción sigue siendo lo mismo de siempre: la catarsis mediante la cual nos identificamos con los personajes.     

Hay también otros elementos sobre los que se ensayan variaciones: La araña, omnipresente, parece ser una metáfora del miedo y la angustia del escritor y estar ligados a su madre y a una enfermedad que marcó a la familia en el pasado. Además, la araña conecta al mundo de Dunbar con el de Jon. Une diferentes planos ficcionales que al autor se encarga de difuminar. Esto es muy sugestivo y funciona muy bien. El concepto de “Basilisco”, en cambio (que, a pesar de ser el título de la primera entrega curiosamente se explicita recién en el segundo libro) es, a mi modo de ver, otro ejemplo de "demasiada carne al asador". La idea es que ese apodo con el que la gente llama a Dunbar, encarna su brutalidad inherente, el lado oscuro y salvaje del que el protagonista no puede escapar. Pero me dejó la impresión de ser un elemento añadido a posteriori sobre la página y no lo suficientemente justificado como para producir sentido.

No quiero dar a entender con esto que las novelas no valen la pena, todo lo contrario. La naturaleza de su ambición es aspirar a mucho y creo que la trilogía triunfa mucho más de lo que naufraga. Los episodios más extremos del vaquero, en los que el autor despliega su gusto por la narrativa de género, el desasosiego de Jon frente a una crisis existencial de la mediana edad que se lleva puesto su matrimonio y las  reflexiones sobre la relación con sus padres y su pueblo natal, constituyen una lectura disfrutable y por momentos conmovedora.

Aclaración  innecesaria:

Estas notas corresponden más a una visión de guionista que de novelista, cuyo norte es la unificación de sentido y analiza cualquier historia como un esqueleto en función de esa construcción. Por supuesto que hay otras visiones e ideas de literatura en donde las digresiones, lejos de ser consideradas como “errores”, son apreciadas como virtudes que enriquecen el texto. O, dicho de otra manera, tengo claro que el sistema de valores que estoy aplicando sería ridículo de extrapolar a obras como “En busca del tiempo perdido”, y otras en las que las idas y vueltas temporales; las variaciones entorno a un tema y las digresiones, son su razón de ser. Tal vez este sea el caso. 


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